
Situada al norte-oeste de la península Ibérica, esta población , meramente marinera, abrigada al norte por el monte Carpiño, monte granítico, y al sur por el Monte Enfesto, tiene el encanto de las villas marineras del derredor, su encanto geográfico y su encanto cultural.
Villa perteneciente a A Coruña, su demografía ha ido decayendo en el transcurso de los años, en lógica por el bajón en la pesca y sobre todo, porque las tradiciones familiares hacia el trabajo en el mar decido a lo sacrificado de la labor, pensar que en 1950 habría una población de unas 8000 personas, a día de hoy que poco menos llegan a las 5500. Perteneciente a la comarca de Finisterre, la belleza de esta ciudad esta en la fuerza desarrollada por la naturaleza en sus costas y la gran fuerza de las mismas.
Se cree que su origen proviene de la influencia ejercida en la Edad Media, por el Santuario Xiao de Moraine el cual, muy venerado por las gentes, ejerció como un imán para que muchos se instauraran en la zona. Si nos dirigimos hacia el norte de la Villa, se podrá comprobar la fuerza de Océano Atlántico en esas costas, las vistas hacia el norte, una vez pasado el Santuario de Nuestra Señora de la Barca, virgen venerada de toda la comarca del Finisterre, podremos dar a nuestros sentidos la potencia y la fuerza de ese Océano atacando las castigadas costas del entorno, y podremos admirar en la lejanía la famosa y temida pero a la vez hermosa, Costa de la Muerte. Dirigiéndonos hacia el sur de la villa, una vez pasado su puerto pesquero, podremos emplazarlos en Punta dos Corvos, y desde la misma lograr que nuestros sentidos tiendan a erizarse con la visión del cabo Finisterre, el mismo que da nombre a la comarca, donde la tradición y la leyenda, decían que se acababa el mundo, por esas vistas y esa fuerza del océano, merece la pena visitar ese rincón de la geografía ibérica.
Podremos sentarnos al abrigo del puerto pesquero, a degustar un buen ribeiro de la zona y con la serenidad y la fascinación de un niño cuando le cuentas una historia, oír la mil y una anécdotas de los lugareños, no muy acostumbrados a sentarse con el caminante y poder contar historias mil y una vez contadas o bien cosiendo redes, secando pescado o al abrigo de una leña en días de tormenta, por otro lado muy corrientes en el lugar.
Muxia, una ciudad, un pueblo, trabajador anegado y casado con el mar, al que se adora y se teme, solo visitando este entorno, esta ciudad, se puede apreciar el sufrir y el saber de estas personas.